Santuario Nuestra Señora de los Milagros

UNA IMAGEN… UNA PALABRA

Jesús propugna una relación de reciprocidad basada en la gratuidad y la generosidad;Domingo XXII Ordinario

una solidaridad que no puede quedar limitada sólo al grupo, sino que se debe extender a todos.

Con su estilo de vida, aspira y propugna una sociedad radicalmente diferente.

En esta línea está todo el Evangelio de Lucas, cuando nos relata el Magníficat de María:

que Dios derribará del trono a los poderosos y exaltará a los humildes,

a los hambrientos los colmará de bienes y a los ricos los despedirá vacíos.

Cuando en las bienaventuranzas declara dichosos a los pobres y lanza sus ¡ay! contra los ricos.

El orgullo, la autosuficiencia, el afán de poder y de ocupar los primeros puestos, es una moneda de las más apreciadas por el mundo.

Pero, no es la manera para entrar en el Reino de Dios.

El humilde alcanza el aprecio de los demás y el favor de Dios.

Dios abre las puertas de la ciudad futura a los humildes y pobres y Jesús quiere una comunidad distinta de hermanos, sentados a la misma mesa.

Lo demás suelen ser justificaciones, prejuicios y engaños, que pretenden mantener el orden establecido y acallar la novedad de las palabras del Maestro.

Es domingo, miremos a la asamblea, estamos todos, o faltan a nuestro lado algunos de los citados en el texto,

dejemos que estén presentes aunque sólo sea en nuestras peticiones.

Ayer celebrábamos a santa Mónica… hoy a su hijo san Agustín… 

 

Santa Mónica¡Tarde te amé,San Agustín

hermosura tan antigua y tan nueva,

tarde te amé!

Y ves que tú estabas dentro de mí y yo fuera,

Y por fuera te buscaba;

Y deforme como era,

Me lanzaba sobre estas cosas hermosas que tú creaste.

Tú estabas conmigo mas yo no lo estaba contigo.

Me retenían lejos de ti aquellas cosas

Que, si no estuviesen en ti, no serían.

Llamaste y clamaste, y rompiste mi sordera:

Brillaste y resplandeciste, y fugaste mi ceguera;

Exhalaste tu perfume y respiré,

Y suspiro por ti;

Gusté de ti, y siento hambre y sed;

Me tocaste y me abrasé en tu paz.

«Nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está

inquieto hasta que descanse en ti»

San Agustín