Santuario Nuestra Señora de los Milagros

REFLEXIONAMOS…

La Sagrada Escritura que hoy proclamamos en la Eucaristía nos facilita dos ejemplos,

que nos hablan de una forma nueva de viudadar o de darse. En la primera lectura Elías pone en dura prueba a una viuda: debía darle todo, a cambio de morir de hambre con su hijo. El pedazo de pan que se le pide es su todo. Y dio ese todo. Su generosidad total fue su alimento y su vida. Y desde aquel día nunca le falto el pan. El relato acaba con el cumplimiento de la promesa, porque la palabra de Dios a través de sus profetas, se cumple siempre. Esta es la diferencia entre dar limosna y darse.

Por otra parte, Jesús observa, como muchos ricos echan en cantidad para las ofrendas del templo, pero Él se fija en una pobre viuda que echa en el cepillo dos pobres monedas. Y aquí viene  la gran afirmación: “Os aseguro que esa pobre viuda ha echado en el cepillo más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero ésta que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir”. No es lo mismo dar lo que nos sobra, que dar lo que necesitamos. Esto significa que nuestra caridad debe afectar a nuestra vida… no es cuestión de sobras sino de Amor: darse, ofrecerse…

Darse es la donación total de uno mismo, dejarse poseer… va mucho más allá de “dar una limosna”…  La verdadera donación es de todo lo que tenemos para vivir, que no hace sólo referencia a las monedas. La viuda por ser pobre, pudo dar; pues dio de su pobreza, de su necesidad, su corazón estaba desprendido antes de traer las monedas. El darse a Dios y a los hermanos es la entrega total de uno mismo y de todos los bienes que se poseen.  El cristiano está llamado no solo a dar “limosnas” sino a darse a sí mismo, todo entero, por los demás. Por eso no es problema de cantidad sino de generosidad.

Ofrecerse: en la familia, en el trabajo, en el barrio, en la comunidad parroquial, en el campo sindical y político. La entrega debe ser total, no le damos a Dios una limosna, Jesús le entrego toda su vida y eso es lo que celebramos en la Eucaristía.

Recordemos aquel precioso texto de Dolores Aleixandre: “Cuando vio un día que una viuda pobre echaba en el cepillo del templo las dos moneditas que constituían todo su sustento (nosotros, por supuesto, ni siquiera la habíamos mirado…), nos dijo: Mirad, ella ha comprendido que la vida vale más que el alimento y el vestido. A partir de ahora, su existencia entera está a cargo del cuidado del Padre y, al que se despreocupa de lo suyo, Él la da por añadidura todo lo demás”.

Dios cuenta con todos incluso con los que nos sentimos abrumados por la situación de nuestro mundo… Todos hacemos historia, calladamente. Cuantas pequeñas viudas con nombres, compartiendo su vida en diversos lugares, que nadie las ve, y no necesitan halagos, ni aplausos, que deberían caernos mejor que las que salen en las revistas del corazón o aquellas que visten de marcas “caras”…  Hay otra historia real, compuesta por la sinfonía de historias pequeñas, escrita por personas anónimas, que tienen sangre roja y no azul, que son vecinos normales, que nunca llamaron la atención y nunca fueron reconocidos por su nombre. Son las verdaderas historias de amor.