Hoy festejamos que Dios hizo a
María toda santa, sin mancha ni arruga, ni pecado.
Aunque solidaria de los pecadores. Con razón la Iglesia la invoca como «refugio de los pecadores».
En esta fiesta de la Inmaculada celebramos la santidad de María, una santidad que comenzó desde el momento de su concepción, y continuó durante toda su existencia. En María nunca hubo sombra de pecado, ni de egoísmo, ni de injusticia; nunca se buscó a sí misma. Siempre vivió en comunión perfecta con Dios porque nunca se apartó de él. Siempre estuvo en armonía con él. Siempre hizo lo que Dios esperaba de ella. En cada instante su voluntad coincidía con el deseo de Dios.
Recordemos lo que afirmaba el cardenal Suenens cuando comparaba la voluntad de María con las agujas de un reloj que, segundo tras segundo, recorren la esfera, estando donde deben de estar. Del mismo modo María siempre estuvo allí donde Dios la esperaba, donde Dios quería que estuviera. ¡Qué equilibrio! ¡Qué dominio de sí! La gracia no suprimió en ella la libertad; al contrario la hizo más verdadera. En ella se cumplió ese principio de que lo que más libremente hacemos es lo que hacemos movidos por la gracia de Dios.
María es, después de la humanidad de Cristo, el mejor logro de Dios, su obra maestra. Es la obra de arte de la creación y permanece humana.
FELIZ DÍA A TODOS Y…
FELICIDADES A LAS QUE HOY CELEBRÁIS VUESTRA ONOMÁSTICA…