En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Hoy VIERNES SANTO 15 de Abril
LÁGRIMAS EN LA PASIÓN DEL SEÑOR
“Bienaventurados los que lloran…” (Mt 5, 5) Es llamativo el numero de veces, unas 700, que en la Biblia se mencionan explícitamente el llanto, el gemido, los sollozos, las lágrimas… Es un dato que acredita hasta qué punto las personas que en ella salen son verdaderamente humanas, porque esta es una experiencia que nos iguala a todos. Como dice el poeta Vicente Huidobro “es para llorar que la vida es tan corta, es para llorar que la vida es tan larga”. ¿Tendrán razón los que afirman que éste es un “valle de lágrimas”, o hay que dar crédito a Jesús que llamó bienaventurados a los que lloran?
Las lágrimas del inocente que sufre (Hbr 5,7) Pasó entre nosotros haciendo el bien”_, dice Pedro al resumir, con la autoridad del testigo directo, lo que fue la vida de Jesús. Pero eso no le libró de una muerte ignominiosa, en la que como certifica la Carta a los Hebreros hubo “grandes gritos y lágrimas”. Con razón llamamos al relato sobre los últimos pasos y la muerte de Jesús “la Pasión”, porque tuvo mucho de sufrimiento de un inocente y no menos de su amor apasionado.
Hoy, éstas son las lágrimas de millones de personas que, por diferentes causas, pasan por la experiencia del sufrimiento, a pesar de su inocencia. Sollozos, gemidos y lágrimas de las víctimas de la guerra de Ucrania; de los prófugos y emigrantes, que en un intento desesperado por salvar su vida se echan al mar en una patera o tratan de saltar unas vallas; de los niños de la calle, de los sin techo, de los fracasados que se tragan cada día las lágrimas amargas de su fracaso y soledad… Todo ellos actualiza hoy este dato de la Pasión del Señor.
Las lágrimas del arrepentido (Lc 22,61-62) Hay en los evangelios varias escenas en las que están presentes las lágrimas. Por ejemplo, las de la pecadora en casa de Simón el fariseo, las de María en Betania, las de la viuda de Naín, las del propio Jesús a la vista de Jerusalén,… pero, en el contexto de la pasión cobran una especial relevancia las lágrimas de arrepentimiento de Pedro.
El texto evangélico describe esta escena con sorprendente sobriedad. No hay palabras, sólo gestos expresados en cuatro verbos: “el Señor se volvió y miró a Pedro, y éste saliendo afuera lloró amargamente”. Jesús, como siempre, lleva la iniciativa, se vuelve y con su mirada busca los ojos de Pedro; a éste esa mirada le llega a lo profundo del alma: sale afuera, busca esa soledad que nos permite encontrarnos con nosotros mismos, y llora amargamente. El Greco plasmó en varios cuadros esas lágrimas con una impresionante belleza y realismo.
La cultura popular acuñó la expresión “lágrimas de cocodrilo” a las que no son auténticas, sino un reclamo engañoso e interesado. Pero la piedad popular reflejó en una canción, llena de sentimiento, “Amante Jesús mío”, las lágrimas del arrepentido: “Quién al mirarte exánime pendiente de una cruz,… de compasión y lástima, no siente el pecho herido?. Santa Teresa y san Ignacio hablaban de “el don de lágrimas”, que hemos de pedir a Dios, porque es una gracia suya. Con Gerardo Diego suplicamos: Señor, “filtra en mi secas pupilar dos gotas frescas de fe” y de arrepentimiento.
Las lágrimas de la compasión (Lc 23, 27-28) En el camino hacia el Calvario va Jesús cargando el leño de la cruz en la que va a ser ejecutado. Su aspecto debía ser lamentable después de una noche en la que había sido víctima de las burlas y vejaciones de los soldados. Para asegurarse de que Jesús llegaría vivo al Gólgota, ante la indiferencia, pasiva y curiosa, de los que miraban aquel macabro espectáculo, “obligaron” a un tal Simón de Cirene a que le echase una mano. Aunque también había un grupo de mujeres, que según las normas vigentes no podían hacer nada, pero que expresaban con lágrimas abundantes su “compasión”. Ellas no eran espectadoras curiosas, sino personas sensibles al dolor ajeno. Lucas describe su presencia y su actuación con esta expresión “se golpeaban el pecho y se lamentaban”. Una muy antigua tradición afirma que una de ellas, dando un paso adelante, se acercó a limpiarle el rostro a Jesús.
“Los hombres no lloran”. Todos lo hemos oído desde pequeños y, se puede afirmar que, de alguna forma ese criterio de comportamiento se sigue inculcando y está vigente en nuestra sociedad. Porque lo que hoy se lleva a ser un tipo duro, insensible e indiferente ante el dolor ajeno, con el añadido de una dosis de agresividad, si es que se quiere triunfar en la vida. Mercedes Sosa compuso la letra de una antigua canción, que interpretaba magistralmente Ana Belén y que decía: “Sólo le pido a Dios que el dolor no me sea indiferente, que la resaca muerte no me encuentre vacía sola, sin haber hecho lo suficiente”. Y, en la misma dirección el papa Francisco, en su visita a la isla de Lampedusa, nos advirtió: “uno de los peores males de nuestra sociedad es la globalización de la indiferencia”.
Las lágrimas ante la ausencia de Dios (Jn 11-15) Sin duda, esta fue la más dura experiencia de Jesús en la cruz: Marcos y Mateo lo reflejan en sus evangelios con especial crudeza: fue “un grito”, no un suspiro, pronunciado “con voz potente”, no con un hilito de voz. Incluso para subrayar su realismo, nos han transmitido el texto en arameo, tal y como saldría de los labios de Jesús: “Eloí, Eloí, lemá sabaktani” (m 15, 34).
Juan de la Cruz inicia las 40 estrofas de su “Cántico espiritual” con estos versos: “Adónde te escondiste / Amado, y me dejaste con gemido? / Como el ciervo huiste / habiéndome herido. / Salí tras Ti clamando, y eras ido”. Refleja muy bien la experiencia de Jesús y también la de María Magdalena tal como la describe reiteradamente el cuarto evangelio: María junto a sepulcro llora por una ausencia, la ausencia del Amado.
Esta es también una experiencia que hoy nos afecta a muchos creyentes, que vivimos en una sociedad en la que a Dios no se le nombra, y por eso muchos lo dan por desparecido. Algunos constatan el “silencio de Dios” (Eli Wiesel); otros hablan del “ocaso de Dios” (Feuerbach); yendo más lejos, no faltan los que declaran la “muerte de Dios” (Nietzsche); aunque algunos prefieren hablar del “eclipse de Dios” (Martín Búber). En cualquier caso, estas voces del pensamiento moderno dejan constancia de una cierta ausencia de Dios, y de las lágrimas que provocan.
Pero lo cierto es que todas estas lágrimas entran en la declaración de Jesús en las bienaventuranzas, son en verdad “lágrimas bienaventuradas” que serán consoladas. Lo acredita el Apocalipsis: “Dios enjugará las lágrimas de nuestros ojos y ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor, porque todo lo antiguo ha pasado” (Ap 21,4), Y esto es lo que celebramos cada año en una Semana Santa que culmina con la Pascua.
_Del P. José Manuel Hernández Sánchez,
_* Dios te bendice…*. Oramos: “Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, que por tu Santa Cruz redimiste al mundo.