En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Hoy Domingo 03 de Abril. *Quinto Domingo Cuaresma
San Juan 8, 1-11 En aquel tiempo, los escribas y los fariseos le traen una mujer sorprendida en adulterio, y, colocándola en medio, le dijeron: Maestro, esta mujer ha sido sorprendida en flagrante adulterio. La ley de Moisés nos manda apedrear a las adúlteras; tú, ¿qué dices?».
Le preguntaban esto para comprometerlo y poder acusarlo. Pero Jesús, inclinándose, escribía con el dedo en el suelo. Como insistían en preguntarle, se incorporó y les dijo: El que esté sin pecado, que le tire la primera piedra». E inclinándose otra vez, siguió escribiendo.
Ellos, al oírlo, se fueron escabullendo uno a uno, empezando por los más viejos, Y quedó solo Jesús, con la mujer en medio, que seguía allí delante. Jesús se incorporó y le preguntó: Mujer, ¿dónde están tus acusadores?; ¿ninguno te ha condenado?». Ella contestó:
«Ninguno, Señor». Jesús dijo:
«Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más».
Palabra del Señor
Reflexión En el evangelio de hoy encontramos dos clases de miradas. La mirada de los letrados y fariseos, es una “mirada que mata”. Sus ojos no ven más que a una mujer que ha cometido adulterio (del varón que ha adulterado con ella no dicen nada), y según la estricta ley judía debe ser apedreada.
Nos encontramos también con la mirada de Jesús, una “mirada que ama”, una mirada llena de compasión para esta mujer. La mirada de amor tiene dos características peculiares. En primer lugar, ve más allá de las apariencias, ve el interior de las situaciones, el interior de las personas. En este caso concreto, Jesús con su mirada de amor, ve que esa mujer está dolida y arrepentida por lo que ha hecho, ve que esa mujer está pidiendo que la comprendan y perdonen. Alguien ha dicho que “amar es saber mirar”. El amor penetra muy hondo, tiene ojos más claros, más potentes para ver el interior de las personas. Una madre, cuando ve entrar a uno de sus hijos por la puerta de casa, con su mirada de amor sabe si su hijo está bien o está mal, si está contento o si tiene alguna preocupación. El amor tiene una mirada más penetrante que la inteligencia más poderosa. Sabe ver lo invisible, lo que no se ve, pero que está ahí, es real. “Amar es saber mirar”. El emérito Papa Benedicto XVI, en su encíclica sobre el amor, dice que Jesús porque ama tiene un “corazón que ve”. Por eso, vio el interior desolado y arrepentido de la mujer adúltera.
En segundo lugar, la mirada de amor siempre busca amar. Los letrados y fariseos, porque no amaban, sólo buscaban el castigo para la que había pecado. Pero Jesús con su mirada de amor, no busca condenar y castigar, sino curar, sanar, rehacer la vida de una persona rota, devolverle su dignidad y que encuentre una buena salida a su vida. El diálogo de Jesús con ella, después de haber puesto en evidencia a sus detractores, está lleno de comprensión y de ternura: “ Mujer, ¿dónde están tus acusadores?, ¿ninguno te ha condenado? Ella contestó: Ninguno, Señor. Jesús dijo: Tampoco yo te condeno. Anda, y en adelante no peques más”.
Dos lecciones más podemos sacar del evangelio de hoy. Primera: Nadie de nosotros puede presumir de ser Dios, de ser impecable. Todos fallamos y pecamos. En más de una ocasión, vamos en contra de nuestra propia conciencia, que eso es pecar. Ojalá el sabernos débiles y pecadores, sin decir que el mal está bien, nos haga más comprensivos con los demás, con sus fallos y destierre para siempre el ser orgullosos y sentirnos por encima de los demás. Fue la lección que Jesús quiso dar a los acusadores de la mujer adúltera.
Segundo: Todos necesitamos miradas de amor. ¿Sabemos que disfrutar del cielo ya ahora en esta vida o padecer el infierno ya en esta vida depende en gran parte de nosotros? Cuando lanzamos miradas de amor a los demás y recibimos miradas de amor… ya estamos tocando el cielo con la mano. Cuando nos lanzamos miradas de indiferencia, de desamor… y recibimos esas mismas miradas, ya estamos padeciendo y sufriendo los tormentos del infierno. Ya sabemos lo que va a pasar en el cielo, en el reino de Dios. Allí, de una vez por todas, va a reinar Dios y todo lo que se oponga a Dios va a desaparecer. Como Dios es amor, lo que va a reinar es el amor y nada más que el amor. Allí todos tendremos miradas de amor. Se acabaron para siempre las miradas frías, las miradas llenas de odio, de rencor, de agresividad… Sólo habrá amor, solo habrá miradas de amor. Es nuestra gran esperanza, es lo que nos ha prometido Cristo Jesús, nuestro Señor.
Para amar, lo mejor es sentirse amado. Para perdonar, lo mejor es sentirse perdonado. Para mirar con amor, lo mejor es sentirse mirado con amor. Miremos constantemente a Jesús en la cruz, o en cualquier otra situación. Él siempre nos va a devolver una mirada de amor. De esta manera podremos ofrecer una mirada de amor a todos los que nos rodean. “Amaos los unos a los otros, como yo os he amado”.
_* Dios te bendice…*