¡Caramba con el lenguaje apocalíptico del Evangelio de este Domingo!
Hoy es un evangelio un tanto catastrofista. Pero, al final, vendrá el Adviento y con él un mensaje de esperanza. ¡Necesitamos tanto un “ALGUIEN” que nos dé un poco de ánimo! Miramos el escenario del mundo: los atentados terroristas en París, los refugiados llamando a miles a las puertas de Europa, el ambiente creado en Cataluña, la corrupción e incluso, por qué no decirlo, algunos escándalos que se dan dentro de la propia Iglesia…..
Hay que reconocer que el contexto del mundo actual no es el más óptimo. Y mucho peor será si nos empeñamos en tutelar esta tierra sin el gran artífice que la creo: DIOS.
El Estado Islamista (con todo lo que ello implica), la globalización, la pobreza, los cristianos perseguidos a miles (con el silencio vergonzoso de Occidente), el miedo al colapso económico o incluso cultural de muchos países que se ven invadidos por otras culturas. Todo ello, y mucho más, son diagnósticos que, tal vez a más de uno, le pueden llevar a un decir: “paren esto que yo de aquí me bajo”.
Ello junto a la pérdida de conciencia cristiana, el relativismo puro y duro, los complejos de muchos de nosotros, la enemistad de muchos entes políticos con todo lo que suene a Dios….¿Será el final de los tiempos? No lo sé, pero sí que tengo clara una cosa: estamos en el cambio y salto de una época a otra y, por cierto, demasiado rápido e, incluso, de consecuencias trágicas. “Os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla. El cielo y la tierra pasarán, mis palabras no pasarán”. Nos empeñamos en jugar a ser dioses y, resulta, que somos incapaces de vivir primero como hombres.
Por lo menos, digo yo, no perdamos la esperanza y -todo ello- lo dejemos en manos de DIOS. En el Dios amor.