Supongo que mi error está en creer que a ti no te costaba.
En pensar que como tú lo tenías todo claro, para ti lo de subir a Jerusalén era como un paseo, y que la fuerza del Dios Abbá en tu interior te lo hacía todo fácil.
Y olvido que los evangelios me cuentan, una y otra vez, tus luchas, tus miedos, tus noches oscuras, tus momentos de incertidumbre…
Al final lo que hace falta es valentía para avanzar, coraje para dar los pasos que uno cree necesarios, serenidad para arriesgar cuando merece la pena.
Hace falta empuje para dejar atrás las seguridades (si esas seguridades me encadenan), y lucidez para proclamar, con mi vida, mis opciones, mis palabras y mis hechos, tu evangelio.