En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Domingo XIV tiempo Ordinario.
San Lucas 10, 1-20 En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies. ¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino. Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros (…) Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”. Pero si no os reciben, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”. Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».
Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».
Él les dijo: Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno. Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo».
Palabra del Señor
Reflexión Aquellos 72, símbolo de todos los cristianos esparcidos por el mundo, se sienten dichosos con la misión realizada y le cuentan a Jesús sus proezas misioneras. Éste les hace ver que las hazañas misioneras sólo obtienen su valor en la búsqueda del verdadero fin de la existencia, que radica en nuestro destino eterno con el Dios de la vida, que da sentido a los éxitos apostólicos y a las adversidades. Porque la existencia cristiana se fundamenta en el apropiarse de la vida de Cristo especialmente en el misterio de la cruz, hasta el punto de transformar al cristiano en una nueva creatura, que se manifiesta a los demás como pertenencia de Dios. Una realidad que me invita a interrogarme: ¿estoy buscando a Dios en mi misión, le descubro en el rostro de aquellos con los que convivo, o me estoy buscando a mí mismo, dejándome llevar por el deseo de los reconocimientos sociales? ¿Qué significa para mí la cruz? ¿Huyo de ella?
El rechazo ante la llegada del Reino del Padre exige la recuperación del carácter personalista de la experiencia cristiana y la constancia en el anuncio del mismo. Es la experiencia ardua y gozosa del cristiano, quien no predica sensibilidad atractiva, sino la llegada del Reino de Dios, en medio de un mundo tan reacio a los valores evangélicos, que antepone su confianza en los medios humanos a la fuerza misteriosa de Dios. Un Reino de Dios que está dentro de cada hombre que descubre su razón de ser y el móvil de sus acciones en el amor a Dios y al prójimo, estableciendo una unión con Dios, que se proyecte a cualquier circunstancia de su vida, sin olvidar que sólo Él puede calmar la sed del sin sentido y curar la enfermedad del pecado.
Sabía la advertencia “como corderos en medio de lobos”. Saludar no significa alejarnos de las realidades humanas, sino pararnos y descentrarnos de la meta propuesta y del camino comenzado, de esta vida de Dios en nosotros y de ese vivir nuestro de Dios. El cristiano ha de ser un caminante que prepare el lugar por donde el Señor ha de pasar, suscitando una adhesión libre a la paz que nace del corazón que busca en paz, transformando el mundo según el Evangelio y convirtiendo a la fe profesada en una vida alimentada por la fraternidad. No tenemos que buscar nuevas emociones, sino vivir en la casa de Dios permanentemente, rechazando aquellas ideologías que se oponen al Evangelio, para zambullirnos en las maravillas que Dios puede realizar en cada ser humano, transformando su vida y su realidad social, hasta hacerle salir de sí mismo para llevar a los demás la alegría que nace del corazón.
El alejamiento de muchos se debe en parte a la ausencia del anuncio evangélico de una manera creíble, capaz de responder al anhelo de plenitud que se encuentra en todo ser y que no se puede saciar con conceptos ni valores, sino con el encuentro con un gran amor, una persona o acontecimiento, que defina radicalmente la vida y la reconduzca hacia un horizonte de libertad. Nuestro presente demanda la recuperación del carácter personalista de la experiencia cristiana, manteniendo vivas ciertas preguntas que es preciso que cada generación se vuelva a hacer y no dé por resueltas: ¿quién eres? ¿Por qué cosas te afanas? ¿Persigues cosas que pasan o a Aquél que no pasa?
_* Dios te bendice…* Oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaria, Gloria.