Santuario Nuestra Señora de los Milagros

UNA IMAGEN… UNA PALABRA

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Hoy es Jueves 03 Diciembre
I Semana Adviento San Francisco Javier Misionero jesuita, miembro del grupo inicial de la Compañía de Jesús y estrecho colaborador de san Ignacio de Loyola. Destacó por sus misiones que se desarrollaron en el oriente asiático y en el Japón, recibiendo el sobrenombre de Apóstol de las Indias.

Lectura del santo Evangelio según San Mateo 7, 21.24-27
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«No todo el que me dice “Señor, Señor” entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos.
El que escucha estas palabras mías y las pone en práctica se parece a aquel hombre prudente que edificó su casa sobre roca. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y descargaron contra la casa; pero no se hundió, porque estaba cimentada sobre roca.
El que escucha estas palabras mías y no las pone en práctica se parece a aquel hombre necio que edificó su casa sobre arena. Cayó la lluvia, se desbordaron los ríos, soplaron los vientos y rompieron contra la casa, y se derrumbó. Y su ruina fue grande».

Palabra del Señor

Reflexión: Leyendo al profeta Isaías desde nuestro caminar cristiano de este año 2020, nos sentimos llamados a confiar siempre en el Señor, también en estos días que nos toca vivir. Nos vienen a la cabeza y al corazón no solo las promesas de Dios en el Antiguo Testamento, sino de forma más extensa las promesas de Jesús, su Hijo, para todos sus seguidores. Después del primer adviento cristiano y de su vida, muerte y resurrección, su gran promesa, la que engloba a todas las demás, es la de ofrecernos su presencia continua y de instalarse incluso, si le dejamos, en el interior de nuestro corazón. Su estar siempre con nosotros, no nos resuelve los problemas económicos, laborales, familiares… que podamos tener. Pero desde su amistad, su consuelo, la luz que nos regala, su ejemplo de vida, sus indicaciones… viviremos de manera más adecuada todos los problemas y situaciones que se nos presenten en la vida. Nunca nos dejará solos, ni en los momentos de bondad ni en los momentos difíciles. “Confiad siempre en el Señor”. Así la casa “ no se hundió”… y, para ello, es preciso cuidar el terreno de la confianza de tal forma que pasemos de las palabras a las obras. No basta con decir que confiamos en el Señor e ir por un camino distinto al que él nos señala. Confiar en Jesús es estar seguros de que la senda que él nos indica lleva a la alegría, a la esperanza, a la felicidad que nos promete… por eso, caminamos por ella. Confiar en el Señor es estar seguros de que la senda del amor, del perdón, de la limpieza de corazón, de la pobreza de espíritu, de la justicia… nos lleva y nos hace experimentar esa vida y vida en abundancia que nos promete. También en el ancho campo de la confianza no vale sólo decir: “Señor, Señor… sino cumplir la voluntad de mi Padre”, bien expresada y vivida por Cristo Jesús. Es la mejor manera de que nuestra casa, nuestra Comunidad, nuestra persona, se mantenga en pie y no se derrumbe ante fuertes vientos que la puedan azotar.

Hoy recordamos el gran ejemplo de San Francisco Javier testigo de vida y ejemplo misionero. Todo su proceso vital es el retrato de alguien que, ciertamente, se fio de Dios, construyó su casa sobre roca y por eso tuvo la libertad suficiente para ir cambiando el rumbo según soplaba el Espíritu Santo en la vida de cada día. Si él pudo… ¿por qué tú no?

_* Dios te bendice…*”
¡Oh Dios mío! Yo te amo; y no te amo porque me salves, o porque castigues con fuego eterno a los que te aborrecen. Tú, tú, Jesús mío, has abrasado todo mi ser en la Cruz; sufriste los clavos, la lanza, las ignominias, innumerables dolores, sudores, angustias, y la muerte: y esto, por mí y por mí pecador. ¿Por qué, pues, no te he de amar, oh Jesús amadisimo? No porque me lleves al cielo, o porque me condenes al infierno, ni por esperanza de algún premio; sino así como tú me amaste, así te amo y te amaré: sólo porque eres mi Rey y sólo porque eres mi Dios. Amén” (San Francisco Javier).