Santuario Nuestra Señora de los Milagros

SANTIAGO APÓSTOL, PATRÓN DE ESPAÑA

Evangelizador de España

Una antiquísima tradición afirma que Santiago fue el primer evangelizador de España. No sabemos cuándo ni cómo se realizó su viaje a través del Mediterráneo y quizás de la costa de lo que hoy es Portugal. Pudiera ser la ocasión propicia la situación que sigue a la muerte de Esteban, después de la cual muchos discípulos hubieron de escapar de Jerusalén, sobre todo los pertenecientes a la sinagoga de los helenos, huyendo de la persecución que contra ellos se levantó (Cf. Hch 8, 1). El que los Hechos digan que -todos, a excepción de los apóstoles, se dispersaron por las regiones de Judea y Samaria», no impediría esta hipótesis. No es plausible que se marchasen todos y que quedasen allí sólo los apóstoles. Lo que sí es cierto es que entre el año 36 y 39 en Jerusalén no estaba Santiago ni la mayoría de los apóstoles; se encarga San Pablo de testimoniarlo poniendo a Dios por testigo de su afirmación (Ga 1, 19-20). Por otra parte, el viaje era en aquel momento posible, y hasta podríamos decir que relativamente fácil. La navegación a través del Mediterráneo y la costa portuguesa se realizaba continuamente en los meses de verano desde casi mil años antes de Cristo. La Biblia hace referencia en multitud de pasajes al periplo de las naves de Tarsis. Por otra parte, como veremos después, entre la muerte de Jesús y la de Santiago transcurrieron 14 ó 15 años, tiempo más que suficiente para desplazarse a España, ejercer aquí su ministerio y retornar a Jerusalén.

Las leyendas locales podrían llevarnos a pensar que su apostolado se realizó a lo largo de la vía Romana XVII que unía Cesaraugusta (Zaragoza) con Astúrica y Braga y también la zona de Cartagena, donde hay recuerdos de su embarque o desembarque. El traslado de sus restos a Galicia, en lo que hoy es Compostela parece indicar que aquí logró crear una comunidad de seguidores. Sólo esto explica que sus discípulos buscasen este lugar para depositar su cuerpo, cuando muere proscrito en su tierra.

Martirio y traslado.

La muerte de Santiago, «el primero entre los apóstoles en beber el cáliz del Señor», aparece reseñada en el libro de los Hechos de los Apóstoles:

Por aquel tiempo el rey Herodes echó mano a algunos de la Iglesia para maltratarlos. Hizo morir por la espada a Santiago, el hermano de Juan. Al ver que esto les gustaba a los judíos, llegó también a prender a Pedro. Eran los días de los Ázimos. Le apresó, pues, le encarceló y le confió a cuatro escuadras de cuatro soldados para que le custodiasen, con la intención de presentarle delante del pueblo después de la Pascua… (Hch 12, 1-4)

Además de la noticia de la muerte, este escueto texto nos permite situarla en el tiempo. Fue, pues, un poco antes del día de los Ázimos. Si atendemos a algunos calendarios litúrgicos antiguos del Oriente, que colocan su fiesta en 25 de marzo, tendríamos que dar como posible esta fecha para su martirio. El año también puede deducirse con bastante probabilidad, porque Herodes Agripa reina entre mediados del año 42 y mediados del año 44. El libro de los Hechos, inmediatamente después de la huida de Pedro de la cárcel, nos refiere la muerte de Herodes ante una delegación de Tiro y Sidón. Lo mismo nos cuenta Flavio Josefo, pero afirmando que esto fue en Cesarea. La inmediatez y la forma de narrar ambos acontecimientos en la redacción de los Hechos sugiere la proximidad entre ambos. Parece, pues, muy probable que la muerte de Santiago tuviera lugar el 25 de marzo del año 44, 14 ó 15 años después de la muerte de Jesús.
También nos queda claro el género de muerte de Santiago y sus consecuencias. Morir por la espada, se entiende ser decapitado.

El cadáver de Santiago, según la costumbre judía respecto a los proscritos, fue llevado al desierto de Judá —que por cierto llega a las mismas puertas de Jerusalén— y allí abandonado Para que fuese pasto de las fieras. Sus discípulos recogieron el cuerpo y, amparados en la noche, lo trasladaron al puerto de Joppe o Jafa. Allí necesariamente hubieron de embalsamarlo conforme al método más adecuado para lograr la deshidratación. Método practicado por curtidores que consistía en absorber el agua del cuerpo sumergiéndolo en substancias avidas de ella. Quedaba así momificado, libre de putrefacción y, lo más importante en este caso, reducido a la tercera parte de su peso. Así sería fácil envolverlo en un fardo y embarcarse con él en una nave de las muchas que surcaban el Mediterráneo precisamente a finales de abril o primeros de mayo. La travesía no debió tener mayor complicación a juzgar por la expresión «mano Domini gobernante» que utilizan los relatos y que muchos quieren leer en clave de milagro.

Tras la travesía, que debió durar alrededor de un par de meses, llegaron al puerto de Iria’, ciudad situada entre los ríos Ulla y Sar. Una vez aquí empezaron nuevos problemas. Llaman la atención dos cosas insólitas: la primera por qué los discípulos de Santiago eligen embarcarse con su cuerpo a un lugar tan remoto y apartado de las tierras judías. Cierto que tenían que salir de allí; Santiago era un proscrito. Pero ¿por qué ir tan lejos? La segunda es el hecho de que, una vez en Iria, recurriesen a la matrona más importante, la «reina» del lugar, que, tras una inicial resistencia, terminó dándole sepultura en su propio mausoleo, dato que dejan bastante claro los hallazgos arqueológicos bajo la catedral compostelana. Esos dos hechos no tienen otra explicación plausible que la existencia de una comunidad de seguidores de Santiago en lo que hoy es Compostela, o alrededores, con la que estaba muy relacionada la mítica reina Lupa. Los relatos nos cuentan una serie de aventuras pasadas por los discípulos en los que, mezclados con imágenes y símbolos, aparecen datos imposibles de inventar en la Edad Media. Lupa se niega a facilitarles las cosas, y les envía a pedir permiso al rey de Duio. Evidente que el término rey es un invento medieval, pero lo que no puede ser lo mismo es el situarlo en Duio. Éste, a juzgar por los restos aparecidos, era un puerto con un cargadero de mineral situado en los arenales de Langosteira, junto al cabo Finisterre. En toda la documentación medieval de que disponemos, que no es poca, no hay una sola mención a este lugar, lo que evidencia que era remoto y poco atendible. A ningún falsario o tabulador medieval se le podía ocurrir situar allí a un rey. Este dato, heredado a través de la tradición, nos muestra la enorme antigüedad de que goza, remontándose al siglo III o antes. Más que rey tendríamos que identificarlo con un prefecto o legado romano encargado de la explotación minera. Era normal que Lupa exigiese un permiso, en conformidad con la ley romana, para sepultar a un cadáver muerto lejos y decapitado. Era lógica la reacción del prefecto que mandó encarcelarlos hasta que se aclararan las cosas. Pero los discípulos logran huir, perseguidos por los soldados que casi les dan alcance en las inmediaciones de Negreira. Tras cruzar un puente los discípulos, éste no pudo soportar el peso de los caballos de los perseguidores y se vino abajo, sepultando a soldados y caballos en las ocasionalmente embravecidas aguas del Tambre o Támara. Las pilastras de este puente, sin duda de madera en su estructura superior, se conservaron hasta hace poco tiempo en que fueron anegadas por un embalse. Los lugareños lo conocían como Puente Pías, vinculado a este episodio.

Lo ocurrido debió impactar a Lupa, que aun exigió más pruebas a los discípulos: debían uncir una pareja de toros bravos a un carro para así trasladar el cadáver desde Iria. Los discípulos consiguen convertir un par de toros ibéricos en una yunta de bueyes que mansamente arrastran el carro. Esto venció la resistencia cíe Lupa que se bautiza y acepta el cadáver en su mausoleo.

Éste sería el relato legendario reducido a lo esencial. Los nombres de sus protagonistas también llegaron a nosotros. Se trata de San Atanasio y San Teodoro, cuyos restos comparten con Santiago la urna de plata, alojada hoy dentro de lo que resta del mausoleo de la reina Lupa. En algunas de las versiones aparece alguno más, pero siempre coincidiendo con alguno de los Varones Apostólicos.