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Me recuerdas que el Mesías resucitado se hace presente; que es necesario buscarlo, llorar su ausencia. Pero sólo si él se da a conocer, tenemos la certeza de que es el mismo; sólo cuando Él pronuncia mi nombre, puedo reconocerlo de verdad y ser su testigo. Es Él quien abre los ojos, quien suscita en nosotros la fe.
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Oración: «Acordaos, oh piadosísima Virgen María, que jamás se ha oído decir que ninguno de los que han acudido a vuestra protección, implorando vuestra asistencia y reclamando vuestro socorro, haya sido abandonado de Vos. Animados con esta confianza, a Vos también acudimos, ¡oh Virgen, Madre de las Vírgenes!, y, aunque gimiendo bajo el peso de nuestros pecados, nos atrevemos a comparecer ante vuestra presencia soberana. ¡Oh Madre de Dios!, no despreciéis nuestras súplicas, antes bien, escuchadlas y acogedlas benignamente. Amen».