Santuario Nuestra Señora de los Milagros

HOY CELEBRAMOS…

SAN JUAN GABRIEL PERBOYRE, C.M 

Nuestro misionero se embarcó en El Havre el sábado 21 de marzo de 1835. Llevaba como compañeros a los cohermanos Gabet y Perry, que todavía eran sólo diáconos. Las relaciones con la tripulación fueron excelentes a lo largo de los tres meses que duró el viaje de El Havre a Batavia. La influencia del P. Perboyre sobre los oficiales y marineros fue tal, que en el momento en que, después de despedirse, nuestros misioneros abandonaron el barco, los miembros de la tripulación, al cambiar impresiones entre ellos, decían de Juan Gabriel: “¡Ése, ése es un verdadero santo!”.

Tomaron un barco inglés en Batavia, que les debía llevar primero a Surabaya, y finalmente a Macao. Los misioneros franceses de Macao, PP. Danicourt y Torretteapprenant, estando para llegar el P. Perboyre, escribieron a París manifestando su alegría ante la buena noticia, pues la reputación del subdirector del Seminario Interno había llegado hasta ellos: “¡Lo que han mandado ustedes a China es verdaderamente un tesoro!”.

La santidad de nuestro héroe no le impide apreciar los encantos del viaje y las distracciones fraternas: un santo triste sería un triste santo. Así en Surabaya, con sus compañeros de viaje va a bañarse en el mar. Hacen también algunas excursiones por las costas de Java y de la isla vecina de Madura. Durante el período que le va a llevar primero a Macao, y luego hasta su misión, va a disfrutar con un placer manifiesto, de lo que se hacen eco sus cartas, los gozos de la amistad. Efectivamente, se encuentra en Macao con el P. Torrette, antiguo condiscípulo suyo. Cuando va para Kiangsi pasa unos días con el P. Laribe, natural, como él, de la diócesis de Cahors; pudieron hablar en la lengua de su tierra, el “quercynol”, e intercambiar noticias y recuerdos. A continuación va donde el P. Rameaux, que tenía la misma edad que él y había sido ordenado también en 1826, pero en Siontauban, donde había conocido bien al tío Santiago Perboyre.

Una vez llegado a los lugares de su misión, Juan Gabriel va a dedicarse de lleno al trabajo apostólico. Pero en los designios de Dios, es preciso que lleve a cabo en sí la semejanza más perfecta con Cristo, su modelo. Va a sufrir dos pruebas graves. Apenas hubo llegado a los lugares de su apostolado, sufre una fiebre maligna que lo deja completamente extenuado, hasta el punto de que hubo de administrársele los últimos sacramentos. No llegó a recuperarse hasta pasar dos o tres meses más tarde, en noviembre. A esta prueba física le sucedió otra de orden espiritual. Estaba persuadido de que era un obstáculo para la gracia, y convencido de su inutilidad. Asimismo entró en una noche de la fe hasta el punto de creer que estaba condenado. Esto fue para él durante unas semanas una verdadera agonía; de ella el mismo Cristo lo libró apareciéndosele y confortándole. Un cohermano chino, que había trabajado largo tiempo con él, tenía una opinión enteramente distinta sobre su persona; decía a quien quería oírle: “¡Es un santo viviente!”.

A partir de su llegada a los lugares de su misión en agosto 1836, una serie de acontecimientos van a completar en nuestro mártir una extraordinaria semejanza con Cristo hasta en los detalles de su Pasión. El Santo Padre León XIII se complacerá al destacarla en el Breve de Beatificación.

Durante uno de los largos interrogatorios que le hicieron sufrir sus jueces, una vez le forzaron a revestirse los ornamentos sacerdotales que habían sido confiscados en la misión. Al verlo así revestido, lleno de majestad recogida, los testigos de la escena exclamaron llenos de admiración: “¡Es el dios Fuo, el dios Fuo vivo!”, es decir, la encarnación de Buda.

Y en la cárcel la paciencia y la mansedumbre de Juan Gabriel impresionaron de tal manera a los demás presos y a los guardianes, que le trataban con respeto, y que al término de su cautiverio trataron de rodearlo de cuidados y de atenciones.

Juan Guitton en su libro “Portrait de Marthe Robin” decía que “sería bueno que el momento inicial (el que funda nuestra fe, la Pasión de Cristo) se reproduzca. La historia de los santos es esta reproducción: es bueno y es hermoso que haya sobre la tierra imitaciones de la Pasión” (p.239).

Juan Gabriel ha sido, de un modo perfecto, una de esas imitaciones, uno de esos testigos vivientes de la Pasión de Cristo. No le ha faltado nada: la agonía, la traición por 30 monedas de plata, el prendimiento, el envío de un tribunal a otro, el Cireneo, el abandono por parte de los suyos, la negación de un compañero fiel, la corona de espinas, el suplicio sobre un patíbulo en forma de cruz, con los bandidos, el reparto de sus vestidos.

Algún tiempo después de la muerte del mártir, el P. Huc, que pasaba por aquella región hizo su averiguación sobre los hechos y he aquí lo que escribió:

Cuando el P. Perboyre fue martirizado, una cruz grande, luminosa y dibujada perfectamente apareció en el cielo…Muchos paganos fueron testigos del prodigio, y unos a otros se dijeron: “Mirad el signo que adoran los cristianos…; quiero servir al Dueño del cielo…”.Según la investigación hecha por Mons. Rizzolati, fue vista en el mismo sitio del cielo por un gran número de testigos, cristianos y paganos, que habitaban en distritos muy alejados unos de otros. Monseñor además interrogó a los cristianos que habían conocido al P. Perboyre, y todos declararon: “que ellos siempre lo consideraron como un gran santo”.

Que nuestro mártir haya sido considerado como un gran santo a los ojos de sus cristianos, no tiene por qué extrañarnos. Los últimos años de su vida misionera y las circunstancias de su pasión y de su muerte lo demuestran abundantemente. Pero es que es toda su existencia la que ha sido una subida hacia la santidad; poseemos los testimonios de ello en las diversas etapas de esta vida tan plena.

Fue beatificado el 10 de noviembre de 1889 por el Papa León XIII y canonizado en Roma el 2 de junio de 1996 por el Papa San Juan Pablo II