Santuario Nuestra Señora de los Milagros

ES NAVIDAD…

La liturgia de este solemne día de Navidad nos pone como lectura evangélica el prólogo del evangelista Juan. En este magistral pórtico se nos indica cómo la Palabra es germen de vida, y cómo esa vida no se ha quedado oculta, sino que resplandece y se manifiesta. Un ser divino que es también luz; el Hijo unigénito de Dios que viene a este mundo y se hace carne. Y es que, si nos damos cuenta, en el evangelio de este día los términos cambian si los comparamos con los utilizados en la pasada medianoche. Hoy no se nos habla del pesebre, ni de María y José, ni de pastores adorando, ni de ángeles proclamando la gloria de Dios. El evangelista Juan nos hace la invitación de introducirnos en el misterio de la Encarnación desde otra perspectiva más profunda, la cual encontramos en la parte central del prólogo: “La Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros” (v. 14).

En el hombre Jesús resplandece de forma física la divinidad en la que todos y cada uno de nosotros somos fruto de esa Palabra misteriosa; esa Palabra que se ha hecho carne y habita en medio de nosotros. Una de las tentaciones más usuales que podemos tener los cristianos es expresar con admiración la encarnación de Dios, y luego ignorar que Cristo está en medio de nosotros. Pero los cristianos no podemos renunciar, ni ignorar lo más específico de nuestra fe. En el prólogo del evangelio de Juan encontramos la clave teológica de toda la grandeza que encierra nuestra fe cristiana: que en la Encarnación se ha revelado lo más genuino del ser humano pero, también, se ha revelado lo más auténtico de Dios y de su plan de salvación para toda la humanidad.

El misterio de la Encarnación nos acerca, sobre todo, a la dimensión humana de Jesucristo. Es la condición de niño frágil e indefenso lo que permite descubrir y afirmar su condición humana. La Encarnación no significa que Dios deja de ser Dios para hacerse humano, porque sabemos perfectamente que Dios se hace hombre sin dejar de Dios. Habría que ser valientes y quitar a la Navidad la desmesurada sensiblería que posee, para poder adentrarnos de lleno en la contemplación del misterio de la Encarnación de Dios. Un misterio al que tenemos que acercarnos en silencio y de rodillas, porque ni nuestra inteligencia ni nuestro lenguaje son capaces de comprender y expresar de forma adecuada. Solo se puede acceder desde la fe. Porque todo el prólogo del evangelio de Juan es una invitación a profesar nuestra fe, en esa Palabra que se ha encarnado.