En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo. Domingo II Adviento ciclo B.
Evangelio según Marcos 1, 1-8 Comienza el Evangelio de Jesucristo, Hijo de Dios. Como está escrito en el profeta Isaías:
«Yo envío a mi mensajero delante de ti, el cual preparará tu camino; voz del que grita en el desierto:
“Preparad el camino del Señor,
enderezad sus senderos”».
Se presentó Juan en el desierto bautizando y predicando un bautismo de conversión para el perdón de los pecados. Acudía a él toda la región de Judea y toda la gente de Jerusalén. Él los bautizaba en el río Jordán y confesaban sus pecados.
Juan iba vestido de piel de camello, con una correa de cuero a la cintura y se alimentaba de saltamontes y miel silvestre. Y proclamaba:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».
Palabra del Señor
Reflexión El evangelio nos presenta a Juan, el último de los profetas que enlaza el Nuevo Testamento con la tradición profética más veraz del pueblo de la alianza. Juan es aquél a quien san Agustín considera voz de la Palabra. Su profunda convicción de no ser él el Mesías (a pesar del éxito aparente y de contar con discípulos) nos transmite una lección de humildad. No somos la Palabra sino la voz, el instrumento, el lapicero en las manos de Dios, como decía la Madre Teresa de Calcuta. Voz con que Él puede hacer oír su Palabra en el corazón de la humanidad.
Juan es profeta del y en el desierto. Este hecho marca unos distintivos que nos pueden ser de utilidad, ya que implica actitudes fundamentales en nuestro modo de ser y hacer como discípulos de Cristo:
Que Juan sea profeta del desierto implica que huye de las masas, huye de las modas, de lo políticamente correcto, en definitiva, huye de ese perverso arte de querer contentar a todos, aunque sea a costa de vivir un sucedáneo de Evangelio.
¿Hemos descafeinado la exigencia evangélica con tal de quedar bien siempre?
Que Juan sea profeta del desierto y que predique en el desierto, es, en sí mismo, un acto de amor extremo a y por la verdad. Decirla en medio la nada porque la verdad en sí misma tiene el valor del todo.
¿Cómo ando de fidelidad a la verdad de mi vida, a la Verdad que es Cristo, aunque ello implique vivir desertado?
Que Juan sea profeta del desierto y que predique en el desierto refiere a decir las cosas limpias de todo ruido, interés o distracción colateral. La verdad va emparejada a la nitidez, a la belleza en lo que se dice y en cómo se dice.
¿Qué hablo y cómo lo hablo? ¿Cómo es nuestra predicación de discípulos del Señor?: ¿nítida?, ¿ausente de intereses y distracciones o interesada y justificativa de nuestros modos de ser y hacer?
Dios te bendice oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.