Cuando en la situación de desierto que vive Jesús se le acerca el tentador proponiéndole que convierta las piedras en pan, el Señor le responde que su alimento es otro: la palabra de Dios. En el evangelio de San Juan, en el episodio del encuentro de Jesús con la mujer samaritana, los discípulos le dicen “Maestro, come” y Jesús les contesta: “Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y llevar a término su obra” (Juan 4, 31- 34).
El desierto es una situación terrible, dura, de prueba. Confluyen en él las condiciones extremas de vida, la soledad, el miedo, la prueba y la tentación de muy distintos tipos. El evangelio de hoy nos presenta a Jesús en ese desierto físico y tres tentaciones que sufre en él. Lucas advierte, además, al finalizar esta escena que esas primeras tentaciones son las primeras, pero no las últimas que Jesús va a sufrir, no ya en el desierto físico sino en otros contextos y momentos de su vida: “Acabada toda tentación, el demonio se marchó hasta otra ocasión”.
Seguramente la mayoría de nosotros no vamos a pasar cuarenta días, ni muchos menos, en un desierto físico, pero también la mayoría de nosotros, seguramente todos, vamos a pasar temporadas más o menos largasen otras formas de “desierto” que se presentan en la vida. Y, como le sucedió a Jesús en el desierto, nuestros tiempos o situaciones de desierto son tiempos duros, de tentación y prueba. Nuestros “desiertos” son experiencias de desolación, de fracaso humano, de incomprensión, de impotencia, de sequedad, de sufrimiento físico o interior…
Ahí, en estas situaciones, viene la importancia de la pregunta con la que comenzaba esta reflexión: ¿De qué alimentas tu vida? Si alimentamos nuestra vida solamente de alimento material del tipo que sea, vamos a ser muy débiles y frágiles en los momentos de soledad y desierto. Si alimentamos nuestra vida de nuestros éxitos o de nuestros triunfos, de que las cosas nos salgan bien, de ser triunfadores en este mundo, lo vamos a pasar mal porque la vida nunca es una marcha triunfal. Si alimentamos nuestra vida de reconocimientos ajenos, de aplausos, de que nos tengan más o menos en cuenta, de subir más o menos en el escalafón estamos al borde del precipicio porque pocas cosas hay tan volubles o volátiles como eso: los que hoy te aplauden mañana te traicionan.
La llamada en este primer domingo de cuaresma es llamada a alimentar nuestra vida con aquello que nos fortalece por dentro y que es un alimento no perecedero: la honda experiencia de Dios, la escucha y la confianza en su palabra, el cuidado de nuestra vida interior.