Santuario Nuestra Señora de los Milagros

CAMINANDO EN LA PASCUA

EL último día de este tiempo pascual, nos trae como broche la fiesta de uno de los doce apóstoles:Sábado VII Pascua

«Matías», nombre muy frecuente entre los hebreos, es una abreviatura de «Matatías» y significa «don o regalo  del Señor».

Este apóstol recibió el regalo de ser contado en el grupo de los Doce, reemplazando a Judas,

para que fuera también testigo de la Resurrección. Él mismo se convirtió en «don» para una Iglesia que tiene como nota esencial el ser «apostólica», asentada en el cimiento y testimonio de los apóstoles.

No sabemos nada de su actividad apostólica, ni si murió mártir o de muerte natural, porque las narraciones sobre él pertenecen a escritos tardíos y no concuerdan entre sí. Por ejemplo, San Clemente y San Jerónimo dicen que San Matías había sido uno de los 72 discípulos que Jesús envió, de dos en dos, a anunciar el Reino de Dios. San Clemente cita en sus escritos varias frases atribuidas a un supuesto «Evangelio de Matías» que desconocemos. Una tradición afirma que murió lapidado en la ciudad de Jerusalén a manos de los sumos sacerdotes. Otra le sitúa predicando el Evangelio en Etiopía. Antiguos rituales bizantinos sostienen que fue crucificado. Se dice que su cuerpo estuvo mucho tiempo en Jerusalén y que Santa Elena lo trasladó a Roma.

Hablando de Matías, decía el Papa Benedicto:

Fue testigo de la vida pública de Jesús, siéndole fiel hasta el final. A la grandeza de su fidelidad se le añadió después la llamada divina a tomar el lugar de Judas, como compensando su traición. Sacamos de aquí una última lección: si bien en la Iglesia no faltan cristianos indignos y traidores, a cada uno de nosotros nos corresponde contrabalancear el mal que ellos realizan con nuestro testimonio limpio de Jesucristo, nuestro Señor y Salvador.  

En cuando a la escena de Hechos en que se menciona a este Apóstol, me ha ayudado, y me permito transcribir aquí esto que escribió San Juan Crisóstomo:

Uno de aquellos días, Pedro se puso en pie en medio de los hermanos y dijo… 

Pedro, a quien se había encomendado el rebaño de Cristo, es el primero en hablar, llevado de su fervor y de su primacía dentro del grupo: Hermanos, tenemos que elegir de entre nosotros. Acepta el criterio de los reunidos, y al mismo tiempo honra a los que son elegidos, e impide la envidia que se podía insinuar.

¿No tenía Pedro facultad para elegir a quienes quisiera? La tenía, sin duda, pero se abstiene de usarla, para no dar la impresión de que obra por favoritismo. Por otra parte, Pedro aún no había recibido el Espíritu Santo.

Propusieron –dice el texto sagrado– dos nombres: José, apellidado Barsabá, de sobrenombre Justo, y Matías. No es Pedro quien propone los candidatos, sino todos los asistentes. Lo que sí hace Pedro es recordar la profecía, dando a entender que la elección no es cosa suya. Su oficio es el de intérprete, no el de quien impone un precepto.

Hace falta, por tanto, que uno de los que nos acompañaron… Fijaos qué interés tiene en que los candidatos sean testigos oculares, aunque aún no hubiera venido el Espíritu.

Uno de los que nos acompañaron –precisa– mientras convivió con nosotros el Señor Jesús. Se refiere a los que han convivido con él, y no a los que sólo han sido discípulos suyos. Es sabido, en efecto, que eran muchos los que lo seguían desde el principio. Y, así, vemos que dice el Evangelio: Era uno de los dos que oyeron a Juan y siguieron a Jesús.

Y prosigue: Mientras convivió con nosotros el Señor Jesús, desde que Juan bautizaba. Con razón señala este punto de partida, ya que los hechos anteriores nadie los conocía por experiencia, sino que los enseñó el Espíritu Santo.

Luego continúa diciendo: Hasta el día de su ascensión, y: como testigo de la resurrección de Jesús. No dice: «Testigo de las demás cosas», sino: «Testigo de la resurrección de Jesús». Pues merecía mayor fe quien podía decir: «El que comía, bebía y fue crucificado, este mismo ha resucitado». No era necesario ser testigo del período anterior ni del siguiente, ni de los milagros, sino sólo de la resurrección. Pues aquellos otros hechos habían sido públicos y manifiestos, en cambio, la resurrección se había verificado en secreto y sólo estos testigos la conocían.

Todos rezan, diciendo: Señor, tú penetras el corazón de todos, muéstranos. «Tú, no nosotros». Llaman con razón al que penetra todos los corazones, pues él solo era quien había de hacer la elección. Le exponen su petición: con toda confianza, dada la necesidad de la elección. No dicen: «Elige», sino muéstranos a cuál has elegido, pues saben que todo ha sido prefijado por Dios. Echaron suertes. No se creían dignos de hacer por sí mismos la elección, y por eso prefieren atenerse a una señal.

(De las homilías de san Juan Crisóstomo, obispo, sobre el libro de los Hechos de los apóstoles)