
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Jornada mundial del pobre En el contexto del Año Jubilar, el lema seleccionado para este año ha sido tomado del salmo 71 y ahonda en la idea de la esperanza: «Tú, Señor, eres mi esperanza» (cf. Sal 71, 5).
Evangelio según San Lucas 21, 5-19 En aquel tiempo, como algunos hablaban del templo, de lo bellamente adornado que estaba con piedra de calidad y exvotos, Jesús les dijo:
«Esto que contempláis, llegarán días en que no quedará piedra sobre piedra que no sea destruida».
Ellos le preguntaron:
«Maestro, ¿cuándo va a ser eso?, ¿y cuál será la señal de que todo eso está para suceder?».
Él dijo:
«Mirad que nadie os engañe. Porque muchos vendrán en mi nombre diciendo: “Yo soy”, o bien: “Está llegando el tiempo”; no vayáis tras ellos.
Cuando oigáis noticias de guerras y de revoluciones, no tengáis pánico. Porque es necesario que eso ocurra primero, pero el fin no será enseguida».
Entonces les decía:
«Se alzará pueblo contra pueblo y reino contra reino, habrá grandes terremotos, y en diversos países, hambres y pestes. Habrá también fenómenos espantosos y grandes signos en el cielo.
Pero antes de todo eso os echarán mano, os perseguirán, entregándoos a las sinagogas y a las cárceles, y haciéndoos comparecer ante reyes y gobernadores, por causa de mi nombre. Esto os servirá de ocasión para dar testimonio.
Por ello, meteos bien en la cabeza que no tenéis que preparar vuestra defensa, porque yo os daré palabras y sabiduría a las que no podrá hacer frente ni contradecir ningún adversario vuestro.
Y hasta vuestros padres, y parientes, y hermanos, y amigos os entregarán, y matarán a algunos de vosotros, y todos os odiarán a causa de mi nombre. Pero ni un cabello de vuestra cabeza perecerá; con vuestra perseverancia salvaréis vuestras almas».
Palabra del Señor
Reflexión El texto que hoy nos ocupa relata la última visita de Jesús a Jerusalén, donde algunas de las personas que le acompañaban “ponderaban la belleza del Templo”. Jesús, en cambio, siente algo distinto, ve que en ese lugar grandioso no se acoge a Dios, no se descubre la presencia de Dios por ningún lado, siente un rechazo hacia él, por eso dice: “Esto que contempláis, llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra: todo será destruido”.
Porque en ese lugar que todos contemplan no se vive la fe en Dios de forma sincera, no se escucha el clamor de los que sufren, los más importantes para Dios y, por tanto, desde ese lugar sagrado se está engañando a la gente y por eso dice Jesús: “todo eso será destruido”.
Podríamos reflexionar sobre si esa misma situación que se encontró Jesús en su época la encontraría hoy en día en nuestras Comunidades cristianas, en cada uno de nosotros; si nos conformamos, en el mejor de los casos, con el cumpli-miento.
Para san Lucas la destrucción de Jerusalén es el fin de toda una etapa de la historia de la salvación, pero no es el signo de la llegada del fin, porque lo que pretende san Lucas no es tanto describir los acontecimientos que van a suceder en el futuro, sino dar a los creyentes de su comunidad la fuerza y el coraje para que puedan vivir el seguimiento del Señor Jesús, en medio de las pruebas y dificultades en el presente.
Lo que busca el evangelista es que pongamos nuestra atención en el presente, vivido, eso sí, a la luz del modelo y el ejemplo que nos ha legado Jesús.
Sabemos que vivir el presente, siendo discípulos de Jesús, no es fácil; no lo fue para Jesús, por eso dijo: “todo será destruido”, y no lo es para nosotros que estamos anclados en una práctica religiosa con muchos siglos de historia, pero en muchos aspectos descuidada en su riqueza de gracia y que no genera la vida que Dios quiere introducir en el mundo.
Así es el propio Jesús el que nos dice que tenemos que perseverar porque “con nuestra perseverancia salvaréis vuestras almas”. La pregunta es: ¿Qué tenemos que hacer para perseverar?
Quizás la respuesta vaya por estos caminos:
No desviarnos del Evangelio: eso significa buscar siempre el reino de Dios y su justicia y no nuestro propio beneficio.
Buscar siempre el bien de todos y no sólo el nuestro.
Dar sentido a nuestra oración no con palabras vacías que no dicen nada, sino llenarlas de contenido con nuestro ejemplo, como lo hizo Jesús, que siempre predicó con el ejemplo.
Debemos ser sensibles a los gritos de la gente que sufre.
No exijamos a los demás lo que no estamos dispuestos a dar nosotros.
Asumir que el seguimiento de Jesús no es un camino fácil, de éxitos y glorias, sino que será un largo trayecto de dificultades y luchas, pero de profunda paz.
Asumamos cada uno nuestras responsabilidades: a nadie se nos pide más de lo que podemos dar pero es importante no delegar en los otros la tarea que nos corresponde a cada uno.
El Espíritu Santo nos dirá: Ánimo, dejémonos de lamentos, nostalgias, desalientos o resignaciones y empecemos a dar testimonio: “tenemos que dar testimonio”, porque “con vuestra perseverancia salvareis vuestras almas”.
Dios te bendice oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
