*En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo*.
Viernes XIX Ordinario.
*Solemnidad Asunción Virgen Maria* María es hoy recordada y festejada en muchos pueblos de España. Es una fiesta donde se venera a “nuestra Señora de Agosto”- la Asunción de la Virgen-. Una de las fiestas más antiguas de las dedicadas a María, aunque el dogma fue definido por Pio XII el 1 de noviembre de 1950. El verano nos trae su recuerdo y en España se celebra con gran alegría.
*Evangelio según san Lucas 1, 39-56* En aquellos días, María se levantó y se puso en camino de prisa hacia la montaña, a una ciudad de Judá; entró en casa de Zacarías y saludó a Isabel. Aconteció que, en cuanto Isabel oyó el saludo de María, saltó la criatura en su vientre. Se llenó Isabel de Espíritu Santo y levantando la voz, exclamó:
«¡Bendita tú entre las mujeres, y bendito el fruto de tu vientre!
¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor? Pues, en cuanto tu saludo llegó a mis oídos, la criatura saltó de alegría en mi vientre. Bienaventurada la que ha creído, porque lo que le ha dicho el Señor se cumplirá».
María dijo:
«Proclama mi alma la grandeza del Señor, “se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava”.
Desde ahora me felicitarán todas las generaciones, porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi: “su nombre es santo, y su misericordia llega a sus fieles de generación en generación”.
Él hace proezas con su brazo: dispersa a los soberbios de corazón, “derriba del trono a los poderosos y enaltece a los humildes, a los hambrientos los colma de bienes y a los ricos los despide vacíos.
Auxilia a Israel, su siervo, acordándose de la misericordia” – como lo había prometido a “nuestros padres” – en favor de Abrahán y su descendencia por siempre».
María se quedó con Isabel unos tres meses y volvió a su casa.
*Palabra del Señor*
*Reflexión*: La Iglesia ha visto en la «mujer vestida de sol y coronada de estrellas» una figura de María, la Virgen Madre de Dios. Aparece resplandeciente de gloria en «el templo celeste de Dios». Sin duda esta presentación ha contribuido, entre otras, a la exaltación que la figura de María ha recibido en la devoción del pueblo cristiano desde muy antiguo. Corresponde al puesto que ocupa junto a Jesucristo, su Hijo, en el conjunto de nuestra fe.
Esa figura luminosa aparece asociada a otra imagen que nos remite a un símbolo muy vinculado a la historia de Israel: el Arca de la Alianza. Es como si quisiera mostrarnos la íntima vinculación que existe entre la alianza con Dios y la gloria en la que se consumará más allá de la historia. La misma Virgen ha sido frecuentemente evocada en la liturgia mediante este símbolo. Pero podemos también entender esta referencia en el sentido de que vivir a fondo la alianza con Dios (y María la vivió como nadie, personalmente y en el seno de la Iglesia naciente) es la mejor garantía para alcanzar la gloria futura.
La mujer del texto va a dar a luz un niño. María es inconcebible sin la referencia a su Hijo y a los demás hijos -nosotros- que le fuimos confiados por él desde la cruz. Sobre ellos se cierne la amenaza del dragón, del que también habla el pasaje de hoy y que es figura del maligno. Una amenaza que no llega a consumarse, porque sobre ella se impone «la victoria, el poder y el reino de nuestro Dios, y el mando de su Mesías».
La perspectiva de la resurrección se proyecta en María: su glorificación está íntimamente ligada a su resurrección, como partícipe del triunfo de su Hijo sobre la muerte.
Será también la victoria sobre todos los enemigos que hemos tenido en este mundo: el más insidioso de todos es la muerte, que será vencida para siempre. María ya la venció, y por eso, al pertenecer a nuestra misma estirpe humana, es también fundamento de nuestra esperanza.
Así, la escena del evangelio de este día es todo un programa de vida, del que María constituye su ejemplo más patente. Si ella alcanzó la glorificación junto a su Hijo, es porque vivió tal como refleja Lucas en este texto.
María, que acaba de concebir al Salvador, se apresura a visitar a su prima Isabel (el ángel le había hablado de su avanzada gestación) para ayudarla y, al mismo tiempo, compartir con ella la novedad insólita que se ha hecho realidad en ellas. La Buena Noticia que nos ha sido predicada es la que nos impulsa a compartirla con los demás; también nosotros hemos sido enviados para hablarles y actuar en favor suyo.
Isabel bendice proféticamente a María, proclamándola dichosa porque ha creído. La visita que Dios ha hecho a su pueblo para redimirlo (como nos recuerda el cántico de Zacarías) suscita en nosotros el reconocimiento por la obra de la salvación, y nos muestra el valor de la fe, que, siendo también un don de Dios, nos hace posible esa salvación.
Finalmente, María proclama con júbilo la misericordia que Dios ha desplegado en beneficio de toda la humanidad a través de ella misma, a pesar de su pequeñez. Se han cumplido así, de manera insospechada, las promesas divinas en favor de los más pobres y humillados. Proclamar la misericordia de Dios nos invita a comportarnos también nosotros así, especialmente con los menos favorecidos. Saber que cumple sus promesas nos revela el valor de la fidelidad. Y reconocernos instrumento de su proyecto de salvación nos hace ser humildes y motiva nuestro júbilo, a la espera del definitivo regalo de la vida eterna, para alabar con María la grandeza de su bondad.
*Dios te bendice* oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.