*En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo*.
*Jesucristo Sumo y Eterno Sacerdote* Esta fiesta celebra el contenido de la obra sacerdotal de Cristo, su Misterio Pascual en favor de los hombres, realizado una vez para siempre. El Resucitado que vive para interceder por nosotros (Hb 7, 25), es el sacramento por el que el Padre nos da la vida. El Espíritu, memoria de la Iglesia, nos posibilita celebrar sacerdotalmente la obra de la salvación.
*Evangelio según San Juan 17, 1-2.9. 14-26* En aquel tiempo, Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo:
«Padre, ha llegado la hora, glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti y, por el poder que tú le has dado sobre toda carne, dé la vida eterna a todos los que le has dado.
Te ruego por ellos; no ruego por el mundo, sino por estos que tú me diste, porque son tuyos.
Yo les he dado tu palabra, y el mundo los ha odiado porque no son del mundo, como tampoco yo soy del mundo. No ruego que los retires del mundo, sino que los guardes del maligno. No son del mundo, como tampoco yo soy del mundo.
Santifícalos en la verdad: tu palabra es verdad. Como tú me enviaste al mundo, así yo los envío también al mundo. Y por ellos yo me santifico a mí mismo, para que también ellos sean santificados en la verdad. No solo por ellos ruego, sino también por los que crean en mí por la palabra de ellos, para que todos sean uno, como tú, Padre, en mí, y yo en ti, que ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú me has enviado. Yo les he dado la gloria que tú me diste, para que sean uno, como nosotros somos uno; yo en ellos, y tú en mí, para que sean completamente uno, de modo que el mundo sepa que tú me has enviado y que los has amado a ellos como me has amado a mí. Padre, este es mi deseo: que los que me has dado estén conmigo donde yo estoy y contemplen mi gloria, la que me diste, porque me amabas, antes de la fundación del mundo. Padre justo, si el mundo no te ha conocido, yo te he conocido, y estos han conocido que tú me enviaste. Les he dado a conocer y les daré a conocer tu nombre, para que el amor que me tenías esté en ellos, y yo en ellos».
*Palabra del Señor*
*Reflexión*: Envío y respuesta son un anticipo, modelo y referencia del envío del mismo Jesucristo (el Hijo) por el Padre. Dice la carta a los Hebreos, el único escrito que llama a Jesús Sacerdote: «Convenía que aquel, para quien y por quien existe todo, llevara muchos hijos a la gloria perfeccionando mediante el sufrimiento al jefe que iba a guiarlos a la salvación». Característica fundamental de ese salvador es la solidaridad, en todo semejante a sus hermanos para hacernos semejantes a Él.
Solidaridad que le llevó a la muerte y a vencerla. Así, Cristo fue constituido Sumo Sacerdote, “mediador” entre Dios y la humanidad, igual con Dios e igual con los seres humanos en todo, hasta en la muerte, menos en el pecado. Característica de su sacerdocio es la compasión; “fiel en el servicio de Dios”, su amor compasivo solo podía venir del mismo Dios.
El sufrimiento alecciona y prueba la solidez de la entrega. La cruz de Cristo no es una simple condena a sufrir, muestra el amor del Padre para su Hijo, a quien llamó a ser por medio del sufrimiento el Salvador y modelo de todos. Nos salva la solidaridad humana de Cristo compartiendo nuestra carne y nuestra suerte.
Identificados con Él por el bautismo, nosotros somos salvados y podemos ayudar a salvar. Lo hacemos cuando ejercemos nuestro propio sacerdocio común aceptando la dependencia y solidaridad con los demás, trabajando a su lado, sufriendo y alegrándonos con ellos, diciendo: «Aquí estoy, mándame».
En el envío no estamos solos. Jesús intercede ante el Padre por la santificación de los suyos en orden a la misión. Ruega para que sean el nuevo pueblo santo, consagrado a Dios. Pide que los guarde en la irradiación de su propia santidad, bajo su protección. Para la Iglesia en su conjunto y para cada miembro, pide que cada uno de los suyos conozca a Dios. Misión de la Iglesia es conservar y proclamar el verdadero conocimiento del Padre y el mandato de su Hijo.
El Nuevo Testamento reserva el término sacerdote para denominar a Cristo y a todo el pueblo de Dios que es sacerdotal. La mediación de Cristo consiste en interceder en favor de todos los miembros de ese pueblo sacerdotal, quienes, por medio del bautismo, se hacen partícipes del sacerdocio de Cristo. Nuestra vida es sacerdotal en la medida en que, unida a la suya, se convierte en una completa oblación al Padre.
La fiesta de hoy celebra también el sacerdocio de todos los ministros ordenados que sirven al pueblo de Dios, incorporados a Cristo de un modo singular, para transparentar su acción y su presencia, y hacer posible mediante la santa liturgia todo lo anterior. Lo destacan bien las oraciones de la misa y el prefacio que se propone. Es un día de oración por la santidad de todos los sacerdotes para ayudarles, aun con sus debilidades y caídas, a ser cada día mejores instrumentos en su servicio de mediación entre Dios y la humanidad.
*Dios te bendice* oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.