
El rostro de la mujer hizo a Jesús bajar la cabeza para comprender que hasta en las migajas había vida. Comer las migajas que caen de la mesa no es un desprecio ni una minusvaloración de la propia persona, es la constatación de que siempre sobra, que siempre hay más de lo que necesitamos, que las cosas siempre dan para más, y que empeñarse en guardar, en cerrar, va en contra de nuestra propia vida, que se hace más estrecha y más pequeña.
Jesús ante el rostro que sufre solo puede hacer una cosa encarnarse, hacerse compasión con la mujer y su dolor, con una madre y su hija