Santuario Nuestra Señora de los Milagros

ES DOMINGO…

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.

Domingo XXXII Ordinario C

Dedicación Basílica de Letran Es símbolo de la autoridad y el magisterio de Pedro y sus sucesores, los Papas, y con su enseñanza representando el liderazgo espiritual de la Iglesia Católica. De ahí se deriva la palabra “ex cáthedra”, cuando el papa habla desde su cátedra, en esta basílica de San Juan de Letrán, del Santísimo Salvador, para todos los católicos, en el ejercicio de su oficio de pastor y maestro y en virtud de su autoridad apostólica.

Es lo que hoy recordamos y celebramos en la dedicación de esta primera basílica de San Juan de Letrán en este año jubilar de la esperanza.

Evangelio según San Juan 2, 13-22 Se acercaba la Pascua de los judíos, y Jesús subió a Jerusalén.

Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:
«Quitad esto de aquí; no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre.»

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora.»

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«¿Qué signos nos muestras para obrar así?»

Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré.»

Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?»

Pero él hablaba del templo de su cuerpo. Y, cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y dieron fe a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Palabra del Señor

Reflexión Para los judíos, Yahvé era el tres veces Santo: “Santo, santo, santo; llena está toda la tierra de su gloria” (Is 6,3). Es decir, la santidad superlativa y absoluta. Así lo recordamos en el Sanctus de la celebración eucarística. Pero era sobre todo en el templo de Jerusalén donde el único Santo posaba su Gloria. Su santidad era el adorno de la casa. Santo y seña de la ciudad, el templo constituía el orgullo de todo el pueblo.

Esa es la Gloria que contempla el profeta Ezequiel en la primera lectura bajo la imagen del torrente de agua “que bajaba de debajo del lado derecho del templo, al sur del altar”. La corriente de agua, símbolo de la vida, se había convertido en un torrente, símbolo de la abundancia de todo tipo de bienes. Por eso la ciudad se llamará “Yahvé está allí” (48, 35) como fuente de gracia y de bendición para todos sus habitantes. Y es que en el templo moraba la Gloria de Yahvé, deseoso de habitar en medio de su pueblo para siempre (43,7).

Ahora bien, en la mentalidad primitiva de la tradición israelita estaban bien definidas las fronteras entre las dos esferas de lo santo y de lo profano. De acuerdo con la constitución fundamental del código de santidad que había de regir la alianza espiritual de Dios con su pueblo (Lv 17-26), era necesaria la purificación ritual de todo cuanto concernía a las celebraciones litúrgicas del templo a fin de que el pueblo pudiera congraciarse con su Dios. Pureza ritual que, en el devenir del mensaje profético, dará paso más tarde a un proceso de interiorización religiosa en el ámbito de la conciencia moral y del cambio de actitudes como anticipo de la enseñanza de Jesús (Mt 15,10-20).

Dentro del contexto religioso que acabamos de esbozar cobra todo su relieve el relato evangélico de la purificación del templo, en el que Jesús hablaba del templo de su propia persona. Su cuerpo, muerto y resucitado, es ahora el nuevo templo anunciado por los profetas, la morada de la divinidad entre los hombres, el nuevo lugar de culto en espíritu y en verdad “por el que podemos acercarnos al Padre en un mismo Espíritu” (Ef 2,18). Porque siendo hombre es Dios.

Es el mismo evangelista quien, en el relato de la samaritana, personaliza en Jesús la atrevida imagen del templo evocada por el profeta Ezequiel: “el agua que yo le dé se convertirá en él en fuente de agua que brota para vida eterna” (Jn 4,14). Jesús es el pozo inagotable del que brotan las aguas vivificantes del Espíritu Santo (7,37-39) y en el que pueden saciar su sed cuantos anhelan y buscan el encuentro con Dios. Será también la imagen evocada por el autor del Apocalipsis al final de su libro, cuando contempla “el río de agua de vida, brillante como el cristal, que brotaba del trono de Dios y del Cordero (Apc 22,1). Se cumplen así las palabras proféticas: “Sacaréis aguas con gozo de las fuentes del Salvador” (Is 12,3).
En la revelación cristiana, el acceso a Dios pasa siempre por la aceptación del misterio de Cristo en su muerte y resurrección. Por eso el pueblo cristiano, reunido en torno a Cristo, se identifica con su misterioso camino de abajamiento y exaltación. Por eso mismo responde y acoge con un sincero y rotundo “amén” la solemne proclamación del sacerdote en la eucaristía: “por Cristo, con él y en él…”. Él es el único Mediador entre Dios y los hombres.

Por la fe bautismal, el cristiano se incorpora a la Iglesia del Señor, templo de Dios y morada del Espíritu Santo en Cristo Jesús. Es esta dimensión eclesial la que configura su identidad como miembro del Cuerpo de Cristo, el Señor de la gloria. Somos templo de Dios en el seno de la Iglesia del Señor.

Desde esa perspectiva podemos decir que el bautizado participa del mismo Espíritu del Señor con el que fue ungido la humanidad de Jesús, vocacionado “para hacer el bien y curar a todos los oprimidos por el diablo, porque Dios estaba con él” (Hch 10,38). Es así como el bautizado responde a su verdadera condición cristiana de templo de Dios en la medida en que oficia su liturgia diaria acompañando y atendiendo a cuantos encuentra en su camino, hijos de Dios y hermanos en Cristo Jesús.

Como nos recuerda el Apóstol, todos somos colaboradores en la edificación del templo de Dios. Ahora bien, su advertencia es clara: “Mire cada cual cómo construye (si con oro, plata, piedras preciosas, madera, heno, paja), pues nadie puede poner otro cimiento que el ya puesto, Jesucristo”. Como piedras vivas y espirituales del templo de Dios (1 Pe 2,5), somos llamados a ejercer con responsabilidad el sacerdocio del pueblo santo, a ofrendar una vida cargada de frutos de buenas obras. Ese es el verdadero culto espiritual, el sacrificio vivo, santo y agradable a Dios en Cristo Jesús (Rm 12,1).

Dios te bendice oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.

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