
En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo.
Domingo XXXIII Ordinario C
Con la Festividad de Jesucristo Rey del Universo, terminamos el Tiempo Ordinario de este año Litúrgico, el tiempo en el que hemos ido recorriendo la vida y el ministerio público de Jesús. Así pues, concluir este recorrido –el próximo domingo comienza el Adviento, el comienzo del nuevo año litúrgico- reconociendo a Jesucristo como Señor de toda la creación, es como el colofón y el culmen de toda nuestra experiencia creyente, formada, regada y crecida en el año que concluye.
Evangelio según San Lucas 23, 35-43 En aquel tiempo, los magistrados hacían muecas a Jesús diciendo:
«A otros ha salvado; que se salve a sí mismo, si él es el Mesías de Dios, el Elegido».
Se burlaban de él también los soldados, que se acercaban y le ofrecían vinagre, diciendo:
«Si eres tú el rey de los judíos, sálvate a ti mismo».
Había también por encima de él un letrero:
«Este es el rey de los judíos».
Uno de los malhechores crucificados lo insultaba diciendo:
«¿No eres tú el Mesías? Sálvate a ti mismo y a nosotros».
Pero el otro, respondiéndole e increpándolo, le decía:
«¿Ni siquiera temes tú a Dios, estando en la misma condena? Nosotros, en verdad, lo estamos justamente, porque recibimos el justo pago de lo que hicimos; en cambio, este no ha hecho nada malo».
Y decía:
«Jesús, acuérdate de mí cuando llegues a tu reino».
Jesús le dijo:
«En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso».
Palabra del Señor
Reflexión Las lecturas que se proclaman este día nos dan la clave para la correcta interpretación de esta fiesta de Cristo Rey del Universo.
Ya en la primera lectura se nos habla de la unción de David como rey de Israel. Queda clara que su misión como tal, más que regir y gobernar, consiste sobre todo, en “apacentar” al pueblo. Jesús hereda, por su condición de Mesías, el ser el Hijo de David proclamado por el pueblo que lo aclama como tal. Es, por tanto, heredero de un reino que “apacienta” con cariño y lleno de misericordia. El nos ha trasladado (2ª lectura), por su función salvifico-pascual, a ese reino que se proclama en este himno cristológico, el reino del Hijo querido de Dios.
En el Evangelio (Lc 23, 35-43) se nos presentan las actitudes de los que rodean la escena. El pueblo, las autoridades, los soldados romanos y los dos crucificados con él. Unos plantean a Jesús su “última tentación”: . Entre esta tentación y aquellas primeras, tenidas en el desierto, Jesús se ha mantenido fiel a los planes de Dios. No es rey para dominar. Rechaza el prestigio, el poder, el dominio sobre los demás, y sólo busca, la humildad, la sencillez, el servicio hasta dar la vida. Se cumple lo que El había manifestado: que su reino no es como los de este mundo, pero está para este mundo.
Jesús, con esta actitud suya, ha dado origen a una nueva forma de amar y servir, creando una fraternidad universal que da una gran dignidad a la persona humana. Por eso podemos proclamar en el prefacio que este “nuevo reino” es: de verdad y de vida, de santidad y de gracia, de justicia de amor y de paz. Y llegar a este Reino es posible porque Dios Padre “nos ha sacado del dominio de las tinieblas, y nos ha trasladado al reino de su Hijo querido…” (2ª lec.)
Cada vez que rezamos el padrenuestro, decimos “Venga a nosotros tu Reino”. Podría decirse que estamos poniendo en nuestros labios el deseo del “buen ladrón”: “acuérdate de mí cuando estés en tu reino”. Él anteriormente había reconocido que Jesús era “inocente”.
De alguna manera había hecho un acto de fe en Jesús como Mesías y luego le pide que le lleve a su reino. ¿Profesamos así nosotros la fe?
Con frecuencia no entramos en lo que es la verdadera dinámica del Reino de Jesús. Por muchas palabras que digamos, por muchas doctrinas que dominemos con nuestra inteligencia, por muchos ritos que practiquemos, si no expresamos el deseo de que en nuestra vida se desarrolle en los planes de Dios, que es lo que hizo Jesús, no estaremos deseando de verdad que venga a nosotros “su reino.
Él actuó siempre desde el amor, la comprensión, la tolerancia y el servicio y a eso nos invita para que el reino sea una realidad en nuestras propias vidas.
En el Bautismo al ungirnos con el crisma la iglesia nos hace “profetas, sacerdotes y reyes” Que este final del año litúrgico nos ayude a comprometernos como cristianos que tratan de vivir su fe bautismal desde la profecía, el ofrecer oraciones y sacrificios, y, sobre todo, tratando de “servir” a nuestros hermanos desde la comprensión, la tolerancia y el amor. Así el Reino de Cristo, que no es de este mundo, lo haremos presente para este mundo.
Dios te bendice oramos: Credo, Padrenuestro, Avemaría, Gloria.
