Santuario Nuestra Señora de los Milagros

UNA IMAGEN… UNA PALABRA

En el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo
Hoy es Domingo XXI del Tiempo Ordinario

San Juan 6, 60-69 En aquel tiempo, muchos de los discípulos de Jesús, dijeron:
«Este modo de hablar es duro, ¿quién puede hacerle caso?»

Sabiendo Jesús que sus discípulos lo criticaban, les dijo:
«¿Esto os escandaliza?, ¿y si vierais al Hijo del hombre subir a donde estaba antes? El Espíritu es quien da vida; la carne no sirve de nada. Las palabras que os he dicho son espíritu y vida. Y con todo, hay algunos de vosotros que no creen».

Pues Jesús sabía desde el principio quiénes no creían y quién lo iba a entregar.

Y dijo:
«Por eso os he dicho que nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede».

Desde entonces, muchos discípulos suyos se echaron atrás y no volvieron a ir con él.

Entonces Jesús les dijo a los Doce:
«¿También vosotros queréis marcharos?».

Simón Pedro le contestó:
«Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el Santo de Dios».

Palabra del Señor

Reflexion: La vida concreta que vivimos puede ser reflejada en la expresión del este pasaje de Juan, en el concepto de la carne. La carne no sirve para nada, es la nimiedad, lo alejado del sentido, lo alejado de Dios, la vida convertida en ridiculez irresponsable, la vida rebajada a lo insignificante. Por eso, la oferta de la resurrección, el espíritu que da la vida, no es la repetición de los esquemas culturales con los condicionantes que cada época le imprime. La resurrección ha de ser algo nuevo y recreado. La vida eterna, la vida recreada por Dios. Algo que escapa de nuestra historia, de nuestro tiempo, y de nuestra manipulación.

Lo que pertenece a Dios, es lo que hemos de permitir que Dios haga. Quizás perdemos mucho tiempo en “cómo va hacer la vida eterna, con quien queremos encontrarnos”, y desde la distancia de ese momento, y nuestros deseos, pretendemos jugar a condicionar a Dios, para decirle cómo tiene que ser nuestra vida eterna. Pero eso, no es más que una expresión inocente de nuestros deseos, pero también una pretensión oculta para decirle a Dios cómo queremos que sea nuestra “particular” vida eterna. Como si al morir lleváramos un prospecto o un libro de recetas que determinara las garantías de uso de la vida que Dios nos otorga. Y con ello no comprendemos que: si de Dios nos vino la vida, volvemos a nuestro origen, para volver a ser el aliento creador de vida, aquel que Dios insufló para nuestra existencia presente, y que el futuro acto creador pertenece a Dios, y sólo a Él. A nosotros, nos corresponde expresar la confianza y la fe, al pronunciar las palabras de “creer en la resurrección de la carne y la vida del mundo futuro”.

La Eucaristía, tema que está presente en este texto y en los discursos joánicos, es el sacramento escatológico que nos adelanta la Vida y que nos espera tras la muerte. Jesús pide a sus discípulos una adhesión libre y, si son capaces, llegar con él hasta el final, siempre, más allá de la muerte; y pronunciar en nuestro tiempo las palabras de Pedro: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabra de vida eterna, nosotros creeremos.

_* Dios te bendice…* “Realmente es justo y necesario, es nuestro deber y salvación darte gracias siempre y en todo lugar, Señor, Padre santo, Dios todopoderoso y eterno, por Jesucristo, Señor nuestro.

El cual, mientras comía con sus apóstoles en la última cena, y para perpetuar elMemorial salvífico de la Cruz, se ofreció a ti como Cordero inmaculado, y culto de la perfecta alabanza.

Por este venerable misterio alimentas y santificas a tus fieles, a fin de que todos los hombres que conviven en un mismo mundo, sean iluminados por una misma fe y congregados en una misma caridad.

Por tanto, nos acercamos a la mesa de tan admirable sacramento, para que llenos de la suavidad de tu gracia seamos transformados en el hombre celestial.

Por eso, Señor, todas las creaturas del cielo y de la tierra te adoran entonando un cántico nuevo, y también nosotros, unidos a los ángeles, te alabamos, diciendo sin cesar:

Santo, Santo, Santo es el Señor Dios del Universo. Llenos están el cielo y la tierra de tu gloria. Hosanna en el cielo. Bendito el que viene en nombre del Señor. Hosanna en el cielo”.