Santuario Nuestra Señora de los Milagros

Domingo, Día del Señor

ES DOMINGO, DÍA DEL SEÑOR

Hoy, la Palabra de Dios, nos puede extrañar por la visión de “justicia distributiva” a la que estamos acostumbrados. Con todo, la parábola no habla de la justicia distributiva tal como nosotros la entendemos (dar a cada uno lo suyo), nos habla de otra justicia, del amor y la generosidad gratuita. Como dice Isaías en la primera lectura: “Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos”. Jesús está hablando del Reino de Dios, y es cierto que ese proyecto altera nuestros esquemas y nuestros planes. Hoy, como ayer, seguimos sin entender que Dios es amor, que en Jesús ha mostrado su predilección por los últimos. ¡Qué alegría haber conocido a Dios desde primera hora y tener la suerte de trabajar en su viña desde primera hora! Y sin embargo cuando vemos que Dios es bueno, y que busca y llama a todos hasta las últimas horas del día, sentimos envidia y nos quejamos, mostrando así que no hemos entendido nada. Por eso, nos conviene analizar nuestro sentido de la justicia en función del bien común, no buscar tanto nuestros intereses, sino los de los más necesitados; a la vez, también revisar ese otro sentimiento de crispación y envidia, en que las razones están vinculadas directamente a tener más o mayor prestigio.

Sigamos pidiéndole a nuestra Madre, en este año jubilar, que sepamos acercarnos al corazón de Dios de tal forma que podamos, juntos, orar en este día:

¡Oh, Padre! Tu Hijo Jesús, que tú nos has dado, es nuestro reino, nuestra riqueza, nuestro cielo; Él es el dueño de la casa y de la tierra donde vivimos y sale continuamente a buscarnos, porque desea llamarnos, pronunciar nuestro nombre, ofrecernos su amor infinito. No podremos nunca pagarle, ni devolver la sobreabundancia de su compasión y misericordia por nosotros: podemos sólo decirle nuestro sí, el nuestro: “Aquí estoy” o repetirle con Isaías: “¡Señor, aquí estoy, envíame!” Haz que esta palabra entre en mi corazón, en mis ojos, en mis oídos y me cambie, me transforme, según este amor sorprendente, incomprensible que Jesús me está ofreciendo, también hoy, en este momento. Condúceme al último puesto, al mío, al que Él ha preparado para mí allá donde yo puedo ser verdaderamente yo mismo. Amén.